Umberto D
Umberto D, como el propio mundo, se repite una y otra vez. Es el eterno retorno de Nietzsche. Solo cambian libretas por PDAs, tiza por Pilot, Marconi por Sony, alpargatas por Mizuno. Seguimos oyendo la radio como en las cuevas de Altamira, en torno al fuego. Solo se ha producido un encuentro común mas fuerte en torno a la opinión dominante, al criterio infalible, lo irrefutable. Antes, la concepción de lo bueno, de lo bello, lo correcto, quedaba determinado por los ancianos, los credos, las oligarquias y la costumbre. Tras someternos a esa tabla rasa de lo judeo-cristiano, ya no bastaba el golpe en la mesa del caballero armado. Entraba en juego lo publico. Con el fin de las dictaduras, esa edificación de lo moral comenzó ya de forma continuada. El gobierno de lo sutil se hacia con el gobierno, aniquilando la hostilidad y, con ello, la presencia de lo masculino. La diosa vuelve a recuperar su sitio. El esfuerzo físico como modus vivendi se torna una muestra de desprestigio social y la ductilidad en las formas reina paulatinamente. La ciencia resulta esencial en esta gran transformación. La masa encuentra satisfaccion de la mano de la gran madre, la multinacional. Eliminada la identidad nacional como arenga y nucleo en la percepción de lo colectivo; asesinada la religion y el sentimiento de transcendencia; la COSA nos gobierna como a dociles niños, sin fuerza y aún cerca de los pechos maternos. La madre no está y despertamos en el terror vacui generado por esta desnaturalización de la vida. No conocemos la tierra, las plantas, las bestias. No conocemos el frio y el sudor del llano, agorafóbico y sin casas cercanas, protectoras. La concepción de lo idoneo depende de su visualización en la televisión. El gran profeta trabaja en la radio. Solo existe un pacto tácito en torno a LO FEO y no se debe nombrar. Damos limosnas a niños que no vemos a 5000 kilómetros de aquí y matamos por un aparcamiento. No pagamos debidamente a los inmigrantes y les compramos a Unicef unos chrismas. La opinion se ha convertido en una entramada jungla de intereses que nos obliga a recapacitar convicciones y "valores" según quien tengamos delante. Nuestros principios son tan debiles, insostenibles y encontrados que deberían propiciar una guerra civil, pero en el primer mundo no se producirán nunca mas: no hemos pagado la hipoteca del piso. El prestigio de una vida es ejecutado por una frase desafortunada. Es nuestra forma sutil de hacer la guerra civil. Es el reino de lo audiovisual. Tu vida en video. Tu frase en audio. No hay violencia física, que podía resultar tan catartica y liberadora. Todo se emponzoña dentro y el olor es insoportable. No puedes decir que la violencia domestica absorbe excesiva atención mediatica y presupuesto. No puedes pedir la legalización de la prostitución y el IVA reducido para el porno. No puedes pedir la cadena perpetua. No puedes condenar el aborto. No puedes pedir el aumento de la edad de voto. No puedes sentir la lógica del proceso evolutivo que hace desaparecer especies porque no tienen que estar ya (como nosotros faltaremos algun dia). No puedes encarcelar a un anciano. No puedes correguir a un niño con dos tortas. No puedes conseguir que se bajen las radios de los coches y se persiga el tuning. No puedes decir que esa presentadora está ahí porque se la chupa al jefe, aunque la admires por ello. No puedes ser catolico. No puedes ni avergonzarte de quien eres. No puedes decir a tus sobrinos que estan gordos como cerdos o que visten como americanos de suburbio. No puedes cantar flamenco. Umberto D sigue existiendo y sigue, como antes, abandonado. Pasea a su perro y busca sustento porque no le llega la jubilación. Ahora, los jovenes no respetaran su vida ni su edad, salvo que sea genial con la XBOX o la Playstation. Antes, cuando quería suicidarse ante el tren, ahuyentaba a su perrillo para morir solo. Hoy, cuando se quiera matar, debera evitar que se hiera el animalillo porque vendrá la protectora de animales a pedirle cuentas.
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