Sor Tobiana y compañia
De mediana estatura, blanquita, con los ojos claros, muy eslava y siempre embutida en su hábito negro con toca blanca y tejadillo. Es la mujer que más cerca está del Papa, al que lleva cuidando más de 30 años. Se llama sor Tobiana y es la superiora de la comunidad de las Siervas del Sagrado Corazón de Jesús. Ella y las otras cuatro hermanas son los ángeles de la guarda de Su Santidad. El especialísimo servicio doméstico de Juan Pablo II.Las únicas mujeres que comparten casa con el vicario de Cristo.Las que lo saben todo del Papa y no cuentan nada.
Las monjas polacas del Papa nunca salen en los medios de comunicación.Ni siquiera sor Tobiana. Es tan tímida, tan discreta y pasa tan desapercibida que, en Roma, la llaman la aparición. Porque está en todo, pero viene y va sin que apenas se note su presencia.Otros la comparan en la ciudad eterna con sor Pascualina, la célebre monja que cuidó toda la vida a Pío XII. «Pero en buena.Sor Pascualina parecía un sargento y ejercía como tal. Sor Tobiana es la encarnación de la eficacia, callada y silenciosa. Es como el ángel guardián del Papa y, como si fuera realmente un espíritu, su presencia es imprescindible pero apenas se nota», explica un monseñor de la curia.
Siguiendo al Papa estará en Madrid. Llegará en el mismo avión que Su Santidad, se encerrará en la Nunciatura y regresará en el mismo vuelo. Nadie se fijará en ella. Pero su toque especial se notará en el arreglo de la habitación papal, en la cocina y allí donde vayan. Las pastillas estarán en la mesita de noche; en el plato, las verduras frescas que tanto le gustan; las sotanas impolutas, los zapatos relucientes y el pañuelo planchado.
«Sienten veneración por su Papa, al que han entregado su vida.Con gozo. Como una ofrenda de amor a Cristo a través de su vicario.Es el cometido de Marta y María en el Evangelio. Un cometido por el que cualquier monja lo daría todo. Es lo máximo a lo que puede aspirar una novia de Dios: servir y convivir con el Romano Pontífice», explica el monseñor de la Santa Sede.
De hecho, las cinco monjas de las Siervas del Sagrado Corazón que atienden al Papa llevan una media de más de 20 años en el Vaticano. Todas proceden de Cracovia. Recién elegido, Karol Wojtyla comenzó a montar su casa polaca, su círculo más íntimo, en el palacio apostólico. Primero, con su fiel secretario personal, monseñor Dziwisz. Y después, con sus monjitas polacas.
Y, desde entonces, cinco hermanas tienen el privilegio de atender el apartamento pontificio: sor Matilde, encargada del vestuario papal; sor Fernanda, de las compras; sor Eufrosyna, de la correspondencia privada y el teléfono; sor Germana, que fue cocinera de monseñor Deskur, íntimo amigo del Pontífice, antes de pasar a la cocina de Juan Pablo II; y sor Tobiana como supervisora de todas estas tareas.
Dziwisz y sor Tobiana son los que más cerca están de su corazón y de su cuerpo. Viven en el apartamento contiguo. Velan su sueño por las noches, llaman a la puerta de su habitación cada vez que le oyen toser y se quedan al pie de su cama rezando el rosario mientras el Papa concilia el sueño.
Esta cercanía al Papa hace que sor Tobiana tenga mucho poder, que sólo ejerce para cuidarlo y evitarle cualquier problema o quebradero de cabeza. Si por ella fuera, el Papa se reservaría mucho más y trabajaría menos. Porque ya no está para muchos trotes, aunque su indomable carácter sigue siendo el mismo que cuando era un joven arzobispo de Cracovia.
En manos de sus monjitas, va siempre perfecto y su casa está siempre impecable. Sor Matilde es la encargada del vestuario papal. Decenas de sotanas, capas, esclavinas y solideos cuelgan de los armarios, primorosamente planchados y de un blanco inmaculado.Sor Matilde no se encarga sólo de lavar y planchar el vestuario del Papa. También hace los pedidos de sus sotanas a los famosos sastres italianos Stefano Zanella y Gianluca Scattolin, más de 64 en los últimos cinco años.
Sor Fernanda se encarga de las compras. Para que la despensa esté siempre bien surtida, ella no duda en acudir a los más selectos supermercados romanos, aunque la mayoría de los víveres proceden del economato vaticano. Busca, ante todo, que los manjares de la mesa sean naturales y frescos. Algunos proceden incluso de la granja que el Vaticano posee en el palacio-residencia de verano de Castelgandolfo. Algunas exquisiteces vienen directamente de Cracovia o de Wadowice, el pueblo natal de Wojtyla, donde los tomates todavía huelen a mata.
Sor Eufrosyna habla francés, inglés e italiano. Por eso, es la encargada del teléfono y de su correspondencia privada. Un tercio de las 50.000 llamadas que recibe a diario el Vaticano son para él y las supervisa ella con ayuda de 12 centralitas. Hasta hace poco, llegaban 10.000 cartas diarias para Su Santidad. Una cifra que últimamente ha bajado, pero que se ha visto compensada por el aumento de los e-mails que inundan a diario el correo electrónico de la Casa Pontificia.
Pero, quizás, la labor más importante de la comunidad religiosa polaca recaiga en las manos expertas de sor Germana, la cocinera.Porque la hospitalidad de la mesa de Juan Pablo II se ha convertido en un instrumento de gobierno. Antes, los papas, además de rezar en solitario, comían solos. Era un signo de distinción, pero también una penitencia. Juan XXIII fue el primero en romper esa regla. Al Papa Bueno, nacido en el seno de una familia numerosa, no le gustaba sentarse solo a la mesa. En cambio, Pío XII solía almorzar en compañía de sus dos canarios, Hansel y Gretel, que le armonizaban la comida desde su jaula. Pero la única distinción de Juan Pablo II es que nadie puede sentarse junto a él. Por lo demás, cuando podía, hasta les servía vino a sus invitados, les instaba a comer e incluso brindaba. Sor Germana sabe que el Papa siempre tiene huéspedes a comer y a cenar. Desde presidentes de dicasterios, cardenales, obispos o simples curas hasta científicos, poetas, políticos e intelectuales. Por eso siempre tiene una sorpresa en la mesa, que gira en torno a los ingredientes favoritos de Su Santidad: la pasta, las verduras, el pescado y la fruta.
Sor Tobiana siempre está deambulando por ahí. Pendiente de cada detalle. Tanto ella como monseñor Dziwisz le conocen a la perfección.El más mínimo gesto, que pasaría desapercibido para un profano, es un claro signo para ellos. Y ahí está siempre al quite sor Tobiana. Siempre sonriente y feliz. Testigo mudo de excepción del universo vaticano más íntimo.
La congregación de sor Tobiana fue fundada por monseñor José Sebastián Pelczar en 1894, en Cracovia para que fuera «signo e instrumento del amor del Sagrado Corazón para con los más necesitados».Monseñor Pelczar fue beatificado por Juan Pablo II el 2 de junio de 1991 en su cuarta peregrinación a Polonia y será canonizado en Roma el próximo 18 de mayo. Ese día, la siempre discreta sor Tobiana cantará las glorias de su fundador. Y el Papa, su señor, la invitará a brindar con él por el nuevo santo, por su congregación ya presente en varios países del mundo, por Polonia y por la Iglesia. Y ella, en su fuero interno, brindará también por su Papa, el Papa al que entregó su vida.
Las monjas polacas del Papa nunca salen en los medios de comunicación.Ni siquiera sor Tobiana. Es tan tímida, tan discreta y pasa tan desapercibida que, en Roma, la llaman la aparición. Porque está en todo, pero viene y va sin que apenas se note su presencia.Otros la comparan en la ciudad eterna con sor Pascualina, la célebre monja que cuidó toda la vida a Pío XII. «Pero en buena.Sor Pascualina parecía un sargento y ejercía como tal. Sor Tobiana es la encarnación de la eficacia, callada y silenciosa. Es como el ángel guardián del Papa y, como si fuera realmente un espíritu, su presencia es imprescindible pero apenas se nota», explica un monseñor de la curia.
Siguiendo al Papa estará en Madrid. Llegará en el mismo avión que Su Santidad, se encerrará en la Nunciatura y regresará en el mismo vuelo. Nadie se fijará en ella. Pero su toque especial se notará en el arreglo de la habitación papal, en la cocina y allí donde vayan. Las pastillas estarán en la mesita de noche; en el plato, las verduras frescas que tanto le gustan; las sotanas impolutas, los zapatos relucientes y el pañuelo planchado.
«Sienten veneración por su Papa, al que han entregado su vida.Con gozo. Como una ofrenda de amor a Cristo a través de su vicario.Es el cometido de Marta y María en el Evangelio. Un cometido por el que cualquier monja lo daría todo. Es lo máximo a lo que puede aspirar una novia de Dios: servir y convivir con el Romano Pontífice», explica el monseñor de la Santa Sede.
De hecho, las cinco monjas de las Siervas del Sagrado Corazón que atienden al Papa llevan una media de más de 20 años en el Vaticano. Todas proceden de Cracovia. Recién elegido, Karol Wojtyla comenzó a montar su casa polaca, su círculo más íntimo, en el palacio apostólico. Primero, con su fiel secretario personal, monseñor Dziwisz. Y después, con sus monjitas polacas.
Y, desde entonces, cinco hermanas tienen el privilegio de atender el apartamento pontificio: sor Matilde, encargada del vestuario papal; sor Fernanda, de las compras; sor Eufrosyna, de la correspondencia privada y el teléfono; sor Germana, que fue cocinera de monseñor Deskur, íntimo amigo del Pontífice, antes de pasar a la cocina de Juan Pablo II; y sor Tobiana como supervisora de todas estas tareas.
Dziwisz y sor Tobiana son los que más cerca están de su corazón y de su cuerpo. Viven en el apartamento contiguo. Velan su sueño por las noches, llaman a la puerta de su habitación cada vez que le oyen toser y se quedan al pie de su cama rezando el rosario mientras el Papa concilia el sueño.
Esta cercanía al Papa hace que sor Tobiana tenga mucho poder, que sólo ejerce para cuidarlo y evitarle cualquier problema o quebradero de cabeza. Si por ella fuera, el Papa se reservaría mucho más y trabajaría menos. Porque ya no está para muchos trotes, aunque su indomable carácter sigue siendo el mismo que cuando era un joven arzobispo de Cracovia.
En manos de sus monjitas, va siempre perfecto y su casa está siempre impecable. Sor Matilde es la encargada del vestuario papal. Decenas de sotanas, capas, esclavinas y solideos cuelgan de los armarios, primorosamente planchados y de un blanco inmaculado.Sor Matilde no se encarga sólo de lavar y planchar el vestuario del Papa. También hace los pedidos de sus sotanas a los famosos sastres italianos Stefano Zanella y Gianluca Scattolin, más de 64 en los últimos cinco años.
Sor Fernanda se encarga de las compras. Para que la despensa esté siempre bien surtida, ella no duda en acudir a los más selectos supermercados romanos, aunque la mayoría de los víveres proceden del economato vaticano. Busca, ante todo, que los manjares de la mesa sean naturales y frescos. Algunos proceden incluso de la granja que el Vaticano posee en el palacio-residencia de verano de Castelgandolfo. Algunas exquisiteces vienen directamente de Cracovia o de Wadowice, el pueblo natal de Wojtyla, donde los tomates todavía huelen a mata.
Sor Eufrosyna habla francés, inglés e italiano. Por eso, es la encargada del teléfono y de su correspondencia privada. Un tercio de las 50.000 llamadas que recibe a diario el Vaticano son para él y las supervisa ella con ayuda de 12 centralitas. Hasta hace poco, llegaban 10.000 cartas diarias para Su Santidad. Una cifra que últimamente ha bajado, pero que se ha visto compensada por el aumento de los e-mails que inundan a diario el correo electrónico de la Casa Pontificia.
Pero, quizás, la labor más importante de la comunidad religiosa polaca recaiga en las manos expertas de sor Germana, la cocinera.Porque la hospitalidad de la mesa de Juan Pablo II se ha convertido en un instrumento de gobierno. Antes, los papas, además de rezar en solitario, comían solos. Era un signo de distinción, pero también una penitencia. Juan XXIII fue el primero en romper esa regla. Al Papa Bueno, nacido en el seno de una familia numerosa, no le gustaba sentarse solo a la mesa. En cambio, Pío XII solía almorzar en compañía de sus dos canarios, Hansel y Gretel, que le armonizaban la comida desde su jaula. Pero la única distinción de Juan Pablo II es que nadie puede sentarse junto a él. Por lo demás, cuando podía, hasta les servía vino a sus invitados, les instaba a comer e incluso brindaba. Sor Germana sabe que el Papa siempre tiene huéspedes a comer y a cenar. Desde presidentes de dicasterios, cardenales, obispos o simples curas hasta científicos, poetas, políticos e intelectuales. Por eso siempre tiene una sorpresa en la mesa, que gira en torno a los ingredientes favoritos de Su Santidad: la pasta, las verduras, el pescado y la fruta.
Sor Tobiana siempre está deambulando por ahí. Pendiente de cada detalle. Tanto ella como monseñor Dziwisz le conocen a la perfección.El más mínimo gesto, que pasaría desapercibido para un profano, es un claro signo para ellos. Y ahí está siempre al quite sor Tobiana. Siempre sonriente y feliz. Testigo mudo de excepción del universo vaticano más íntimo.
La congregación de sor Tobiana fue fundada por monseñor José Sebastián Pelczar en 1894, en Cracovia para que fuera «signo e instrumento del amor del Sagrado Corazón para con los más necesitados».Monseñor Pelczar fue beatificado por Juan Pablo II el 2 de junio de 1991 en su cuarta peregrinación a Polonia y será canonizado en Roma el próximo 18 de mayo. Ese día, la siempre discreta sor Tobiana cantará las glorias de su fundador. Y el Papa, su señor, la invitará a brindar con él por el nuevo santo, por su congregación ya presente en varios países del mundo, por Polonia y por la Iglesia. Y ella, en su fuero interno, brindará también por su Papa, el Papa al que entregó su vida.
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