Fin de un romance
Es una reproducción de Antonio Santo: "Siempre nos quedará el copyleft".
El problema de los derechos de explotación ya sabemos cuál es. Por su culpa se limita el avance de la cultura. Un tanto por ciento elevadísimo de libros se descatalogan y no pueden volver a ser editados porque las editoriales retienen los derechos; los originales se van perdiendo con los años, lo que provoca la curiosa situación de que hoy día sea prácticamente imposible conseguir según qué libros publicados hace tan sólo 10 ó 15 años (nos morimos de la risa). Muchísimos músicos son contratados por las discográficas con promesas de gloria para luego encontrarse con que son desechados; pero eso sí, han firmado un contrato de exclusividad que les prohíbe dar conciertos o grabar discos sin permiso de la discográfica. La letra pequeña los deja fuera de la música. Siguiendo con los músicos, ¿cuántos de ellos no llegan a nada, sin el apoyo del poderoso márketing, devorados por el monstruo de OT y demás basura mediática? Las discográficas no arriesgan, pero tampoco los compradores, a los que asusta gastar 20 euros en comprar el último disco de esa banda de rock experimental tan rara que ha salido. Sin embargo, ahí hay gente como La Mundial e incluso el archiconocido Chivi, famosísimos gracias a Internet y a la libre copia.
Para seguir está el problema del que los músicos se quejan (es el caso más flagrante): las entidades de gestión no son asociaciones protectoras de los músicos, sino mafias y lobbies que cobran a cambio de protección. Veamos un ejemplo: yo escribo una canción. Tú decides tocarla por ahí y grabas un disco; a mí me parece estupendo, pero como vas a ganar dinero gracias a ella te digo que me des una parte, hombre, no seas tacaño, y si no pues no la tocas y punto. Ahí aparecen los amigos de la $GAE que ponen la mano. No, déjame, ya recojo yo tus derechos. Lo gestiono todo, lo cuento y luego te lo doy. Bien, pongamos por caso que no me pareciera mal esto. Igual hasta me ahorra dolores de cabeza. Lo más absolutamente demencial llega cuando uno toca sus propias canciones en directo y te aparecen los recaudadores para cobrarte los derechos de tus canciones. ¿Para qué?, se preguntará uno. Oh, bueno, te responden, es por el protocolo. Para tratar a todo el mundo igual. Te cogemos el dinero y luego te lo devolvemos. ¿Y no sería más cómodo, digo yo, que se quedara en mi bolsillo y así no nos complicamos? No, verás, es que tengo que cobrarte un tanto por ciento por mi trabajo de gestión. Y además hay que repartir los beneficios de forma justa... Caigan en la cuenta, señores: te cobran dinero por robarte y luego devolverte la cartera.
Por último está el curioso sistema de reparto de los derechos. ¿Se creen ustedes que cada uno cobra lo que le corresponde? ¡Ja, ja! Las entidades de gestión ponderan los beneficios en función de los ingresos. Es decir: Alejandro Sanz, como es el que más derechos produce, es el que más cobra. Más de lo que le corresponde, hasta el punto de que algunos músicos de segundo nivel pierden dinero si se suben al carro de la $GAE. Pero, como buena mafia, obligan a la gente a entrar en su danza macabra: las discográficas no quieren gente que no trabaje con ellos; las radios no emiten a nadie que no esté en su órbita; incluso ciertos partidos del Congreso bailan al son que marca Vlad Teddy el Succionador a cambio, quizá, del apoyo que los músicos puedan prestarle durante el periodo electoral. ¡Qué divertido!
No se crean eso de que los derechos de autor dan de comer al músico. Lean el artículo de Nacho Escolar que reseñé la semana pasada y verán algunas cifras. Salvo cuatro o cinco impresentables que tocan un poco la guitarrita y se creen Kierkegaard (y lo peor es que a lo mejor los merecemos), los músicos viven de dar conciertos. Las grandes bandas consagradas no necesitan derechos de autor: ganan más dinero vendiendo camisetas, pins, condones de sabores y entradas para su último recital. La prueba es que genios como Prince, George Michael e incluso Bowie han regalado temas por Internet. Y no se han arruinado, oiga, por mucho que María Jiménez salga por la tele apisonando CD´s.
Tampoco me parece normal que uno esté cobrando dinero per saecula saeculorum por una idea que tuvo hace quince años. O, lo que es más divertido: que los derechos pasen a tus familiares. Recuperando la metáfora de Jorge Cortell en una conferencia sobre Copyleft que dio el mes de junio pasado en Málaga: es como si un albañil viniera una vez al año a cobrarte el muro que te levantó en el patio; y cuando el jodido albañil se muere y uno respira tranquilo, aparece su viuda a poner la mano.
¿Y qué podemos hacer? Para empezar, aplicarnos el cuento todos los creadores. Las fórmulas de cesión de derechos oficiales no nos permiten, entre otras cosas, regalar nuestra obra. Afortunadamente existen otros contratos entre el creador y el receptor de la obra: las licencias Creative Commons. En la página web de esta compañía podemos encontrar formularios para crear licencias de tipo copyleft, es decir: uno permite la reproducción de su obra siempre que se cumplan unos requisitos. Por ejemplo: reconocer tu autoría, citar la fuente, no modificar el texto y no permitir usos comerciales sin tu permiso. En función de lo que se indique a la página web, ésta nos indica el tipo de licencia que hemos elegido y nos da el texto legal para que no tengamos que complicarnos. Si queremos luchar contra el monopolio de la cultura, éste es un buen primer paso: registrar nuestras creaciones en Creative Commons, cada cual con una licencia más abierta o cerrada, según crea conveniente. Así garantizamos determinados derechos sobre nuestra obra (que nadie se forre gracias a ella sin invitarnos, por ejemplo) sin poner barreras a su difusión.
Otra manera de luchar contra el dichoso copyright es crear debate social. Hay que dar a conocer este problema; explicar a todo el mundo qué es realmente la propiedad intelectual y sus inconvenientes; las actividades inmorales que realiza la $GAE, forrándose a costa de los músicos y del público. Cuando toda la verdad se sepa y dejemos de pensar que los ejecutivos-vampiro son unos defensores de la cultura podremos buscar una alternativa para crear un sistema oficial que funcione mejor.
Y, por supuesto, mi opción preferida: el boicot. Si nos disparan, tirémosles piedras donde más les duele. Piratead discos (total, si ya estamos pagando un canon para cubrir los daños y perjuicios de la piratería, al menos que se quejen con razón). Bajaos películas del eMule, y lo que es más divertido: proyectadlas en público en vuestras facultades, asociaciones vecinales, donde os dé la gana. Siempre que no cobréis, digan lo que os digan y amenacen como quieran, no os pueden hacer nada. Fotocopiad los libros: pensad que de la literatura sólo viven cuatro o cinco que además suelen escribir muy mal, y casi todos los autores prefieren que les lean cuanta más gente mejor. No registréis vuestras canciones en la $GAE: regaladlas en el eMule, en vuestra página web; en vuestros conciertos, contadle al público el chantaje que pretenden hacer a todos los músicos. Forcemos la máquina para que la sociedad se dé cuenta de que algo va mal: quizá entre todos consigamos que eche humo hasta que alguien se plantee arreglarla. Hagamos, en fin, de la cultura lo que debería ser: un bien libre e infinito que intercambiar, regalar y recibir para nuestro enriquecimiento, y no una mercadería de la que vivan cuatro o cinco que en su vida han sido capaces de crear nada.
Para más información:
null
www.creativecommons.org
www.lamundial.net
Antonio Santo
www.diversovariable.tk
El problema de los derechos de explotación ya sabemos cuál es. Por su culpa se limita el avance de la cultura. Un tanto por ciento elevadísimo de libros se descatalogan y no pueden volver a ser editados porque las editoriales retienen los derechos; los originales se van perdiendo con los años, lo que provoca la curiosa situación de que hoy día sea prácticamente imposible conseguir según qué libros publicados hace tan sólo 10 ó 15 años (nos morimos de la risa). Muchísimos músicos son contratados por las discográficas con promesas de gloria para luego encontrarse con que son desechados; pero eso sí, han firmado un contrato de exclusividad que les prohíbe dar conciertos o grabar discos sin permiso de la discográfica. La letra pequeña los deja fuera de la música. Siguiendo con los músicos, ¿cuántos de ellos no llegan a nada, sin el apoyo del poderoso márketing, devorados por el monstruo de OT y demás basura mediática? Las discográficas no arriesgan, pero tampoco los compradores, a los que asusta gastar 20 euros en comprar el último disco de esa banda de rock experimental tan rara que ha salido. Sin embargo, ahí hay gente como La Mundial e incluso el archiconocido Chivi, famosísimos gracias a Internet y a la libre copia.
Para seguir está el problema del que los músicos se quejan (es el caso más flagrante): las entidades de gestión no son asociaciones protectoras de los músicos, sino mafias y lobbies que cobran a cambio de protección. Veamos un ejemplo: yo escribo una canción. Tú decides tocarla por ahí y grabas un disco; a mí me parece estupendo, pero como vas a ganar dinero gracias a ella te digo que me des una parte, hombre, no seas tacaño, y si no pues no la tocas y punto. Ahí aparecen los amigos de la $GAE que ponen la mano. No, déjame, ya recojo yo tus derechos. Lo gestiono todo, lo cuento y luego te lo doy. Bien, pongamos por caso que no me pareciera mal esto. Igual hasta me ahorra dolores de cabeza. Lo más absolutamente demencial llega cuando uno toca sus propias canciones en directo y te aparecen los recaudadores para cobrarte los derechos de tus canciones. ¿Para qué?, se preguntará uno. Oh, bueno, te responden, es por el protocolo. Para tratar a todo el mundo igual. Te cogemos el dinero y luego te lo devolvemos. ¿Y no sería más cómodo, digo yo, que se quedara en mi bolsillo y así no nos complicamos? No, verás, es que tengo que cobrarte un tanto por ciento por mi trabajo de gestión. Y además hay que repartir los beneficios de forma justa... Caigan en la cuenta, señores: te cobran dinero por robarte y luego devolverte la cartera.
Por último está el curioso sistema de reparto de los derechos. ¿Se creen ustedes que cada uno cobra lo que le corresponde? ¡Ja, ja! Las entidades de gestión ponderan los beneficios en función de los ingresos. Es decir: Alejandro Sanz, como es el que más derechos produce, es el que más cobra. Más de lo que le corresponde, hasta el punto de que algunos músicos de segundo nivel pierden dinero si se suben al carro de la $GAE. Pero, como buena mafia, obligan a la gente a entrar en su danza macabra: las discográficas no quieren gente que no trabaje con ellos; las radios no emiten a nadie que no esté en su órbita; incluso ciertos partidos del Congreso bailan al son que marca Vlad Teddy el Succionador a cambio, quizá, del apoyo que los músicos puedan prestarle durante el periodo electoral. ¡Qué divertido!
No se crean eso de que los derechos de autor dan de comer al músico. Lean el artículo de Nacho Escolar que reseñé la semana pasada y verán algunas cifras. Salvo cuatro o cinco impresentables que tocan un poco la guitarrita y se creen Kierkegaard (y lo peor es que a lo mejor los merecemos), los músicos viven de dar conciertos. Las grandes bandas consagradas no necesitan derechos de autor: ganan más dinero vendiendo camisetas, pins, condones de sabores y entradas para su último recital. La prueba es que genios como Prince, George Michael e incluso Bowie han regalado temas por Internet. Y no se han arruinado, oiga, por mucho que María Jiménez salga por la tele apisonando CD´s.
Tampoco me parece normal que uno esté cobrando dinero per saecula saeculorum por una idea que tuvo hace quince años. O, lo que es más divertido: que los derechos pasen a tus familiares. Recuperando la metáfora de Jorge Cortell en una conferencia sobre Copyleft que dio el mes de junio pasado en Málaga: es como si un albañil viniera una vez al año a cobrarte el muro que te levantó en el patio; y cuando el jodido albañil se muere y uno respira tranquilo, aparece su viuda a poner la mano.
¿Y qué podemos hacer? Para empezar, aplicarnos el cuento todos los creadores. Las fórmulas de cesión de derechos oficiales no nos permiten, entre otras cosas, regalar nuestra obra. Afortunadamente existen otros contratos entre el creador y el receptor de la obra: las licencias Creative Commons. En la página web de esta compañía podemos encontrar formularios para crear licencias de tipo copyleft, es decir: uno permite la reproducción de su obra siempre que se cumplan unos requisitos. Por ejemplo: reconocer tu autoría, citar la fuente, no modificar el texto y no permitir usos comerciales sin tu permiso. En función de lo que se indique a la página web, ésta nos indica el tipo de licencia que hemos elegido y nos da el texto legal para que no tengamos que complicarnos. Si queremos luchar contra el monopolio de la cultura, éste es un buen primer paso: registrar nuestras creaciones en Creative Commons, cada cual con una licencia más abierta o cerrada, según crea conveniente. Así garantizamos determinados derechos sobre nuestra obra (que nadie se forre gracias a ella sin invitarnos, por ejemplo) sin poner barreras a su difusión.
Otra manera de luchar contra el dichoso copyright es crear debate social. Hay que dar a conocer este problema; explicar a todo el mundo qué es realmente la propiedad intelectual y sus inconvenientes; las actividades inmorales que realiza la $GAE, forrándose a costa de los músicos y del público. Cuando toda la verdad se sepa y dejemos de pensar que los ejecutivos-vampiro son unos defensores de la cultura podremos buscar una alternativa para crear un sistema oficial que funcione mejor.
Y, por supuesto, mi opción preferida: el boicot. Si nos disparan, tirémosles piedras donde más les duele. Piratead discos (total, si ya estamos pagando un canon para cubrir los daños y perjuicios de la piratería, al menos que se quejen con razón). Bajaos películas del eMule, y lo que es más divertido: proyectadlas en público en vuestras facultades, asociaciones vecinales, donde os dé la gana. Siempre que no cobréis, digan lo que os digan y amenacen como quieran, no os pueden hacer nada. Fotocopiad los libros: pensad que de la literatura sólo viven cuatro o cinco que además suelen escribir muy mal, y casi todos los autores prefieren que les lean cuanta más gente mejor. No registréis vuestras canciones en la $GAE: regaladlas en el eMule, en vuestra página web; en vuestros conciertos, contadle al público el chantaje que pretenden hacer a todos los músicos. Forcemos la máquina para que la sociedad se dé cuenta de que algo va mal: quizá entre todos consigamos que eche humo hasta que alguien se plantee arreglarla. Hagamos, en fin, de la cultura lo que debería ser: un bien libre e infinito que intercambiar, regalar y recibir para nuestro enriquecimiento, y no una mercadería de la que vivan cuatro o cinco que en su vida han sido capaces de crear nada.
Para más información:
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www.creativecommons.org
www.lamundial.net
Antonio Santo
www.diversovariable.tk
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