Franz Kafka
Franz Kafka, hijo de Hermann Kafka, dueño de tienda, y su esposa Julie, nació en el seno de una familia judía de clase media de Praga. A la muerte de dos hermanos en la infancia, pasó a ser el hermano mayor, papel del cual guardó siempre conciencia. Ottla, la más joven de sus tres hermanas, fue la más allegada a él de toda la familia. Kafka se identificaba firmemente con sus antepasados maternos por su espiritualidad, distinción intelectual, conocimiento rabínico, excentricidad, disposición melancólica y delicada constitución física y mental. Sin embargo, no sentía especial afinidad con su madre, mujer sencilla consagrada a sus hijos. Ella, subordinada a su avasallador e iracundo marido y a su exigente comercio, compartía con éste la falta de comprensión de la improductiva y quizá insana dedicación de su hijo a las anotaciones literarias de [su] ... nebulosa vida interior.
La figura del padre de Kafka se imponía sobre su labor y sobre su existencia; la figura es, de hecho, una de sus creaciones más notables. En su imaginación, este tendero y patriarca burdo y práctico de carácter dominante que no adoraba más que el éxito material y el ascenso en la escala social, pertenecía a una raza de gigantes y era un tirano admirable pero repulsivo. En el intento autobiográfico más importante de Kafka, Brief an den Vater (Carta al Padre, 1919), misiva que nunca llegó a manos del destinatario, Kafka atribuye su imposibilidad de vivir cercenar las ataduras con sus padres y establecerse mediante el matrimonio y la paternidad , así como su escape a la literatura, a la prohibitiva figura paterna, la cual le infundió un sentimiento de impotencia. Sentía que el padre había quebrado su voluntad. El conflicto con el padre está directamente reflejado en el relato Das Urteil (El Juicio, 1916). El mismo espíritu se proyecta en mayor escala en las novelas de Kafka, que refieren, con una prosa lúcida y engañosamente sencilla, la desesperada lucha con una potencia arrolladora la cual puede perseguir a su víctima (como en El Proceso) o la cual se puede buscar para pedirle en vano su aprobación (como en El Castillo). No obstante, las raíces de la ansiedad y desesperación de Kafka van más hondo que su relación con el padre y la familia, con quienes eligió vivir en condiciones de apretada proximidad la mayor parte de su vida de adulto. La fuente de su desesperanza radica en un sentimiento de definitivo aislamiento de la comunión con todos los seres humanos los amigos que estimó, las mujeres que amó, el trabajo que detestaba, la sociedad en que vivía y con Dios o, en sus palabras, con el Ser realmente indestructible.
El hijo de un judío aspirante a la asimilación que sólo en forma superficial se ajustaba a las prácticas religiosas y las formalidades sociales de la comunidad judía, Kafka era alemán en su idioma y en su cultura. Fue un niño tímido, lleno de culpabilidad y obediente y un estudiante aplicado en la escuela elemental y en el Altstädter Staastsgymnasium, un exigente colegio de secundaria para la élite académica. Allí fue respetado y estimado por sus maestros. Pero, en su interior, se rebelaba contra la institución autoritaria y su pénsum de humanismo deshumanizado, en que predominaba la memorización y el aprendizaje de las lenguas clásicas. La oposición de Kafka a la sociedad instituida se hizo aparente cuando, de adolescente, se declaró socialista y ateo. A lo largo de su vida expresó simpatías razonadas por los socialistas; asistía a reuniones de los anarquistas checos (antes de la 1ª Guerra Mundial) y, en años posteriores, demostró marcado interés y simpatía por un sionismo socializado. Aún entonces era en esencia un individuo pasivo y políticamente no comprometido. Por su condición de judío, Kafka estaba aislado de la colonia alemana de Praga a la vez que, como intelectual moderno, se encontraba igualmente desconectado de su propia herencia judía. Veía con buenos ojos las aspiraciones políticas y culturales de los checos pero su cultura alemana atenuó incluso estas simpatías. Fue así como el aislamiento social y el desarraigo contribuyeron a su infelicidad personal a lo largo de toda su vida. Pero Kafka llegó a trabar amistad con varios intelectuales y literatos judíos alemanes de Praga y, en 1902, conoció a Max Brod. Este artista literario menor fue el más íntimo y solícito de los amigos de Kafka y, con el tiempo, resultó ser el promotor, salvador y exégeta de los escritos de Kafka así como también su biógrafo más influyente.
Los dos hombres se conocieron cuando Kafka, sin mayor interés, cursaba derecho en la Universidad de Praga. Recibió su doctorado en 1906 y el año siguiente encontró empleo permanente con una empresa de seguros. Pero las largas horas y las exigentes demandas de la Assicurazioni Generali no le permitían dedicarse a escribir. En 1908 Kafka halló un cargo en Praga en el seminacionalizado Instituto de Seguros de Accidentes de los Trabajadores del Reino de Bohemia. Allí permaneció hasta 1917, cuando la tuberculosis lo obligó a pedir intermitentes permisos por enfermedad y, por último, a retirarse (con una pensión) en 1922. En su trabajo se le consideraba incansable y ambicioso; en poco tiempo pasó a ser la mano derecha de su superior y era estimado y querido de cuantos trabajaban junto a él.
De hecho, en lo general, Kafka era una persona agradable, inteligente y llena de humor pero encontraba su labor en la oficina rutinaria y la agotadora doble vida a la que ésta lo obligaba (con frecuencia, la escritura consumía sus noches) como una extrema tortura, y la neurosis perturbó sus relaciones personales más profundas. Las incompatibles inclinaciones de su personalidad, compleja y ambivalente, hallaron expresión en sus relaciones sexuales. La inhibición afectó penosamente sus relaciones con Felice Bauer, con quien estuvo comprometido en matrimonio dos veces antes de su ruptura definitiva en 1917. Más tarde, su amor por Milena Jesenská Pollak también se vio frustrado. Su salud era precaria y el trabajo en la oficina lo agotaba. En 1917 se le diagnosticó tuberculosis e inició entonces sus largas temporadas en sanatorios.
En 1923 Kafka se desplazó a Berlín para escapar a la familia paterna y dedicarse a escribir. Allí encontró nueva esperanza en la compañía de una joven judía nacionalista, Dora Dymant, pero su estadía en Berlín debió ser interrumpida por el declarado deterioro de su salud el invierno de 1924. Tras un breve período final en Praga, donde acudió Dora Dymant para acompañarlo, murió en una clínica cerca de Viena.
© Mauro Nervi
La figura del padre de Kafka se imponía sobre su labor y sobre su existencia; la figura es, de hecho, una de sus creaciones más notables. En su imaginación, este tendero y patriarca burdo y práctico de carácter dominante que no adoraba más que el éxito material y el ascenso en la escala social, pertenecía a una raza de gigantes y era un tirano admirable pero repulsivo. En el intento autobiográfico más importante de Kafka, Brief an den Vater (Carta al Padre, 1919), misiva que nunca llegó a manos del destinatario, Kafka atribuye su imposibilidad de vivir cercenar las ataduras con sus padres y establecerse mediante el matrimonio y la paternidad , así como su escape a la literatura, a la prohibitiva figura paterna, la cual le infundió un sentimiento de impotencia. Sentía que el padre había quebrado su voluntad. El conflicto con el padre está directamente reflejado en el relato Das Urteil (El Juicio, 1916). El mismo espíritu se proyecta en mayor escala en las novelas de Kafka, que refieren, con una prosa lúcida y engañosamente sencilla, la desesperada lucha con una potencia arrolladora la cual puede perseguir a su víctima (como en El Proceso) o la cual se puede buscar para pedirle en vano su aprobación (como en El Castillo). No obstante, las raíces de la ansiedad y desesperación de Kafka van más hondo que su relación con el padre y la familia, con quienes eligió vivir en condiciones de apretada proximidad la mayor parte de su vida de adulto. La fuente de su desesperanza radica en un sentimiento de definitivo aislamiento de la comunión con todos los seres humanos los amigos que estimó, las mujeres que amó, el trabajo que detestaba, la sociedad en que vivía y con Dios o, en sus palabras, con el Ser realmente indestructible.
El hijo de un judío aspirante a la asimilación que sólo en forma superficial se ajustaba a las prácticas religiosas y las formalidades sociales de la comunidad judía, Kafka era alemán en su idioma y en su cultura. Fue un niño tímido, lleno de culpabilidad y obediente y un estudiante aplicado en la escuela elemental y en el Altstädter Staastsgymnasium, un exigente colegio de secundaria para la élite académica. Allí fue respetado y estimado por sus maestros. Pero, en su interior, se rebelaba contra la institución autoritaria y su pénsum de humanismo deshumanizado, en que predominaba la memorización y el aprendizaje de las lenguas clásicas. La oposición de Kafka a la sociedad instituida se hizo aparente cuando, de adolescente, se declaró socialista y ateo. A lo largo de su vida expresó simpatías razonadas por los socialistas; asistía a reuniones de los anarquistas checos (antes de la 1ª Guerra Mundial) y, en años posteriores, demostró marcado interés y simpatía por un sionismo socializado. Aún entonces era en esencia un individuo pasivo y políticamente no comprometido. Por su condición de judío, Kafka estaba aislado de la colonia alemana de Praga a la vez que, como intelectual moderno, se encontraba igualmente desconectado de su propia herencia judía. Veía con buenos ojos las aspiraciones políticas y culturales de los checos pero su cultura alemana atenuó incluso estas simpatías. Fue así como el aislamiento social y el desarraigo contribuyeron a su infelicidad personal a lo largo de toda su vida. Pero Kafka llegó a trabar amistad con varios intelectuales y literatos judíos alemanes de Praga y, en 1902, conoció a Max Brod. Este artista literario menor fue el más íntimo y solícito de los amigos de Kafka y, con el tiempo, resultó ser el promotor, salvador y exégeta de los escritos de Kafka así como también su biógrafo más influyente.
Los dos hombres se conocieron cuando Kafka, sin mayor interés, cursaba derecho en la Universidad de Praga. Recibió su doctorado en 1906 y el año siguiente encontró empleo permanente con una empresa de seguros. Pero las largas horas y las exigentes demandas de la Assicurazioni Generali no le permitían dedicarse a escribir. En 1908 Kafka halló un cargo en Praga en el seminacionalizado Instituto de Seguros de Accidentes de los Trabajadores del Reino de Bohemia. Allí permaneció hasta 1917, cuando la tuberculosis lo obligó a pedir intermitentes permisos por enfermedad y, por último, a retirarse (con una pensión) en 1922. En su trabajo se le consideraba incansable y ambicioso; en poco tiempo pasó a ser la mano derecha de su superior y era estimado y querido de cuantos trabajaban junto a él.
De hecho, en lo general, Kafka era una persona agradable, inteligente y llena de humor pero encontraba su labor en la oficina rutinaria y la agotadora doble vida a la que ésta lo obligaba (con frecuencia, la escritura consumía sus noches) como una extrema tortura, y la neurosis perturbó sus relaciones personales más profundas. Las incompatibles inclinaciones de su personalidad, compleja y ambivalente, hallaron expresión en sus relaciones sexuales. La inhibición afectó penosamente sus relaciones con Felice Bauer, con quien estuvo comprometido en matrimonio dos veces antes de su ruptura definitiva en 1917. Más tarde, su amor por Milena Jesenská Pollak también se vio frustrado. Su salud era precaria y el trabajo en la oficina lo agotaba. En 1917 se le diagnosticó tuberculosis e inició entonces sus largas temporadas en sanatorios.
En 1923 Kafka se desplazó a Berlín para escapar a la familia paterna y dedicarse a escribir. Allí encontró nueva esperanza en la compañía de una joven judía nacionalista, Dora Dymant, pero su estadía en Berlín debió ser interrumpida por el declarado deterioro de su salud el invierno de 1924. Tras un breve período final en Praga, donde acudió Dora Dymant para acompañarlo, murió en una clínica cerca de Viena.
© Mauro Nervi
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