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 El Catoblepas «Pensamiento Alicia» (sobre la «Alianza de las Civilizaciones») Gustavo Bueno

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«Pensamiento» es un término común que contiene dos momentos bien distintos: un momento subjetivo (o formal) y un momento objetivo (o material). Estos dos momentos son inseparables, pero son disociables.

«Pensar», en su sentido formal, es un actividad de «el pensador», un pensar que puede ser abstraído de su contenido cuando nos detenemos en su puro momento subjetivo: ¿quién puede decir cuál es el contenido de «el pensador» de Rodin?

Entre algunos intelectuales y periodistas se consolida la costumbre de llamar «pensador», en sentido ponderativo, a quienes antes solía llamarse «filósofo». «Pensador» desborda sin duda el momento subjetivo del pensamiento, pero sin que llegue a determinarse cuales son los contenidos del pensamiento del pensador. Cuando un periodista, artista, o guionista de cine, llama «pensadora» a la señora María Zambrano no se compromete a determinar los contenidos de su pensamiento. Da por supuesto que estos contenidos son «muy profundos», pero sin que haga falta entrar en detalles, cosa que no es posible cuando se habla de un filósofo. «Filósofo» es término que pide inmediatamente ser especificado: o es estoico, o es epicúreo, o es platónico, o es aristotélico, o es idealista, o es materialista. Pero «el pensador» no necesita tales especificaciones. Es pensador, y basta.

El pensador es, por tanto, un concepto eminentemente psicológico: es pensador quien so-pesa (pensare = pesar) el pro y el contra, reflexivamente. También es muy frecuente en nuestros días escuchar a alguien que interviene por teléfono en una tertulia radiofónica, anunciar, antes de decir lo que quiere, «voy a hacer una reflexión», como si dijera, «voy a expresar un pensamiento». Por lo demás, los contenidos de estos pensamientos pueden ser muy diversos; por ejemplo la reflexión puede versar sobre las consecuencias que tendrán para el abastecimiento del pescado las huelgas de transportes.

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Pero cuando hablamos de «pensamiento», en su momento objetivo, lo hacemos con determinación, más o menos explícita, de los contenidos de este pensamiento. Y estos contenidos no son siempre los característicos de la filosofía tradicional, ni tampoco los contenidos de las ciencias positivas. Hablamos, en cambio, de «pensamiento político», de «pensamiento económico», de «pensamiento social»... Las «reflexiones» que físicos, biólogos o matemáticos ofrecen, una vez jubilados, sobre sus ciencias respectivas, suelen llamarse «pensamiento» (Ultimos pensamientos). Y, desde luego, está ya muy consolidada académica y editorialmente, la distinción entre la Historia del Pensamiento y la Historia de la Filosofía.

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Entre las determinaciones del pensamiento por su contenido merecen citarse aquellas que se toman de la persona del pensador que las creó, cuando tales pensamientos han sido hechos públicos y son citados e identificados como tales (sin entrar inmediatamente en la naturaleza –económica, política, filosófica, poética– de su materia o contenido). El ejemplo, sin duda, más importante que cabe citar es el llamado «Pensamiento Mao». También, aunque reducido a los contornos del Sendero Luminoso, hablamos del «Pensamiento Gonzalo». Podríamos hablar, para referirnos a estos casos y a efectos puramente denominativos de «pensamiento onomástico». Tendría un gran interés el análisis de las razones por las cuales un determinado conjunto de pensamientos son clasificados «onomásticamente», acaso para subrayar su peculiaridad idiográfica.

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Dentro de estos «pensamientos onomásticos» cabría distinguir dos grandes grupos, atendiendo al método según el cual son presentados por sus creadores.

En el primer grupo incluiríamos prácticamente todos los pensamientos que tienen que ver con las utopías, es decir, con el pensamiento utópico –utopía de Tomás Moro, utopía de Campanella, utopía de Bellamy, utopía de Butler, utopía de Aldous Huxley–. Lo característico del pensamiento utópico, desde el punto de vista estilístico, como muchas veces se ha señalado (por R. Ruyer, por ejemplo), consistiría en que la sociedad que en él se nos describe nos es presentada precisamente como irreal (utópica y ucrónica); una presentación llevada a cabo por procedimientos literarios «inmanentes» (una utopía no contiene informaciones sobre los caminos o medios que hay que seguir para alcanzar la sociedad descrita por ella). El autor o el lector de utopías podrá creer o no creer en la posibilidad o en la existencia de esas sociedades futuras, generalmente pacíficas y felices; pero sabe que estas «sociedades» no son de este mundo, y en todo momento conoce las distancias que separan a la utopía de su realidad.

Hay otro tipo de pensamientos irreales, creados por personas individuales, que nos ofrecen descripciones o proyectos sobre sociedades futuras, felices y pacíficas (como las utopías), pero que, sin embargo, no poseen la característica estilística que hemos señalado en las utopías, porque no nos ofrecen indicios sobre su lejanía o sobre las dificultades insalvables que se interponen para alcanzarlas. Simplemente se nos introduce en ese mundo irreal sin medir las distancias que guarda con el mundo real nuestro; se nos presenta un mundo visitable y visitado de hecho por los hombres, a la manera como Alicia visitaba, según Carroll, el País de las Maravillas. Es a este tipo de pensamiento al que llamamos «Pensamiento Alicia».

Lo característico del «Pensamiento Alicia» es precisamente la borrosidad de las referencias internas del mundo que describe y la ausencia de distancia entre ese mundo irreal y el nuestro. Afirmo que la «Alianza de las Civilizaciones» es un proyecto que tiene todas las características del tipo de pensamiento que hemos denominado «Pensamiento Alicia». El «Pensamiento Zapatero» (podríamos también denominarle, con más precisión, «Pensamiento Rodríguez Zapatero») es un caso o individuo concreto del tipo «Pensamiento Alicia». El Pensamiento Zapatero, por otra parte, ha sido recogido por otros pensadores internacionalmente reconocidos, entre los que se encuentran Kofi Annan y el Sr. Mayor Zaragoza. También, últimamente, otro pensador internacionalmente conocido en todas las cancillerías del planeta, el ministro de Asuntos Exteriores, señor Moratinos, se ha incorporado al Pensamiento Zapatero.

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El pensamiento de una «Alianza de las Civilizaciones», fruto emblemático del «Pensamiento Zapatero», tal como nos ha sido presentado por los medios de comunicación y, en particular, por la revista femenina Marie Claire, durante la visita de su creador a la sede de la ONU en Nueva York, es, en efecto, un genuino espécimen del «Pensamiento Alicia». Nos pone este pensamiento –el Pensamiento Zapatero– ante un escenario planetario muy próximo en el cual las civilizaciones realmente existentes habrán dejado de alimentar sus conflictos (el pensamiento Zapatero sale así al paso de las pretensiones de Huntington, en el sentido de que los conflictos entre las civilizaciones son inevitables) y habrán olvidado sus guerras, llegando a comprenderse y abrazarse, aceptando unos los credos de los otros. «Esta es la casa de todos, sin diferencias, de los ricos y de los pobres, de los países con historia y de los que apenas tienen, de los que creen en Dios, o en varios dioses, y de los que no creen. Fue en esta sala –dice el Pensador (Rodríguez Zapatero)– donde tuve la certeza de lo necesario que resulta la Alianza de las Civilizaciones.» De este modo cristalizó, según informe de su autor a la citada revista femenina, lo que ahora llamamos «Pensamiento Zapatero».

Un pensamiento que nos ofrece la representación de un mundo futuro pacífico, feliz y «a la mano», pero sin decirnos los medios que pueden conducir a él, ni los métodos que nos van a permitir evitar las guerras, las diferencias entre los pobres y los ricos, o las distancias entre los politeístas, los monoteístas o los ateos. Simplemente se nos pone delante de este mundo maravilloso como algo que ya puede considerarse como dado, porque acaso sólo es la codicia, la estupidez o la ignorancia de algunos hombres lo que nos separa de él.

Pero la Alianza de las Civilizaciones está ahí al lado. Bastará que una Asamblea de las Naciones Unidas –cuyo Secretario General, como hemos dicho, ha aceptado el Pensamiento Zapatero– decida reflexionar sobre el asunto para que los caminos hacia la Alianza de las Civilizaciones queden despejados. De hecho la ONU ya ha creado el GAN (Grupo de Alto Nivel) con quince miembros de dieciséis países, y del cual forman parte los pensadores que ya hemos citado y muy principalmente: el ex director general de la Unesco y actual presidente de la Fundación Cultura de Paz, Sr. Mayor Zaragoza, cuyos pensamientos sobre la Cultura y sobre la Paz Perpetua demostraron ya, desde hace años, su gran disposición para cultivar el tipo de Pensamiento Alicia.

Particularmente el pensador Alicia que antes hemos citado, el ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Angel Moratinos, teniendo en cuenta que en la Agenda de los Objetivos del Milenio adoptada por la ONU en el año 2000, se incluyen compromisos para la lucha contra el hambre, el Sida, la promoción de la educación, la tolerancia, &c., acaba de proponer la ampliación de la Alianza de las Civilizaciones a los campos político, cultural y educativo. Esperemos que en las reuniones que el GAN prepara, al parecer, para finales de este mes de noviembre en Palma de Mallorca, el Pensamiento Zapatero pueda cristalizar definitivamente su plan de acción (véase, para todas estas informaciones, el magazine de la revista El Mundo de domingo 23 de octubre de 2005).

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La característica del Pensamiento Alicia, tal como la hemos dibujado, es la borrosidad de sus referencias internas (literarias) y de las referencias del mundo de quien imaginó el texto literario, la indistinción entre el mundo descrito y el mundo en el que vive su autor. Por ejemplo, porque se supone que el mundo imaginado es el mismo mundo real, su otra cara ya existente y accesible mediante adecuados actos de voluntad.

En el caso particular de este Pensamiento Alicia que es el Pensamiento Zapatero se habla de Civilizaciones. Se supone que existen varias, pero no se da referencia alguna ni indicación acerca de la delimitación de tales «Civilizaciones».

Pero la primera pregunta que es obligado hacer es esta: ¿Existen siquiera esas «Civilizaciones»?

Obviamente esta pregunta está de más en un pensamiento literario como lo era el Pensamiento Alicia de Carroll. Pero esta pregunta no puede ser evitada por cualquiera que tenga responsabilidades políticas, de política real, y no de política ficción. Pues cualquier político que saliendo de sus preocupaciones domésticas, se enfrenta con «cuestiones que conciernen a la humanidad» (para utilizar la expresión de Tomás Mann) tiene que plantearse, ante todo, la cuestión de la unicidad del hombre (del hombre civilizado en este caso), de la unidad de las civilizaciones. Y si no sabe o no puede plantearse este problema es mejor que se repliegue a su política doméstica y que se dedique, por ejemplo, a oscurecer el significado del sintagma «identidad nacional» que él mismo utiliza para reconocer la identidad de Cataluña.

Porque la cuestión de la unicidad del Hombre, de la Civilización, tiene el mismo rango que en su ámbito tiene la cuestión de la unicidad del Mundo y la cuestión de la unicidad de Dios.

Se trata de la unicidad propia (no necesariamente exclusiva) de cada una de las tres Ideas de la Metafísica occidental –Santo Tomás, Francisco Bacon, Kant–, a saber, la Idea de Hombre, la Idea de Mundo, la Idea de Dios. Son Ideas trascendentales atributivas que, a diferencia de los conceptos o Ideas distributivas (cuya connotación se mantiene independientemente de sus desarrollos extensionales: las propiedades de la figura triangular no cambian cuando esta figura se multiplica, por repetición, extensionalmente) alteran por completo su significado según que se conciban como multiplicables o como dotadas de unicidad.

Así, la Idea de «Mundo» cambia radicalmente de significado si se dice en singular o si se dice en plural: Mauthner consideró una insolencia decir «Mundos», en plural, como si hubiera más de uno. Pero decir «Dioses» es más que una insolencia; es, para quien mantiene la Idea de Dios monoteísta, una blasfemia. La Idea de Dios del monoteísmo es incompatible con el politeísmo, con los Dioses, como el Ser de Parménides era incompatible con la multiplicidad de los entes (y, por ello, Meliso de Samos dedujo que el Ser único de Parménides debía ser también infinito). Es importante constatar, en relación con este punto, que el Pensamiento Zapatero, tal como se expresaba en la revista Marie Claire antes citada, no advierte a efectos prácticos, la menor diferencia entre Dios, en singular y dioses en plural: «Esta es la casa de todos, sin diferencias... de los que creen en Dios, o en varios dioses, y de los que no creen.» Y el pensamiento Zapatero no se da cuenta de que esta equiparación no puede hacerse «desde fuera» de la enumeración (monoteístas, politeístas, ateos), y que sólo desde el ateísmo cabe borrar las diferencias, desde determinada perspectiva, entre politeísmo y monoteísmo. Pero tales diferencias no pueden considerarse borradas en una sociedad en la que el noventa por ciento de la población se confiesa teísta; menos aún en una sociedad monoteísta que considera blasfemo al politeísmo, como lo consideraron los musulmanes que entraron en la Península Ibérica en el siglo VIII, por no hablar de los que siguen entrando en el siglo XXI. Es bien sabido que los musulmanes han considerado tradicionalmente blasfemos a los cristianos que creen en el Dogma de la Santísima Trinidad, que ellos ven como una creencia descaradamente politeísta. Según esto, suponer que es «indiferente», para conseguir la concordia universal, ser monoteísta, politeísta o ateo, es pedir el principio, es suponer que a los creyentes cuando se sumergen en el océano del Género humano les da lo mismo una cosa u otra, lo que equivale a suponer que no creen: pero esto es lo que se trata de demostrar. Y no entramos en la paradoja del «monoteísmo pluralista», en la paradoja del monoteísmo que se manifiesta a propósito de las tres religiones monoteístas en torno a la cual gira el drama (Nathan el Sabio), de Lessing (cuya lectura recomendamos al Sr. Zapatero, así como al señor Kofi Annan, al Sr. Moratinos y al Sr. Mayor Zaragoza). Pero el irenismo de Lessing, en cuanto racionalista, implicaba la demolición de cada una de las tres religiones positivas, de sus dogmas, sacramentos, sacerdotes, imanes o rabinos, incluso de los templos; es decir, desde un punto de vista práctico, reproducía e intensificaba los conflictos sociales y eclesiásticos entre las tres religiones del Libro, en lugar de atenuarlos.

Pero la unicidad que corresponde a la Idea de Hombre, en cuanto Género Humano (del Hombre universal, el que está definido por la Declaración Universal de los Derechos Humanos), implica la unicidad de la civilización, es decir, la unidad efectiva e histórica de los hombres civilizados. La unidad del hombre que nos ofrece la Declaración de los Derechos Humanos –unidad que se logra suponiendo a hombres que no tienen religión, ni lengua, ni raza, ni sexo– es puramente metafísica, porque ese hombre abstracto no existe ni ha existido nunca. Es únicamente una abstracción llevada a efecto desde una civilización histórica determinada; es una idea posterior a la civilización, y no previa a ella. Pero sólo desde la idea de una civilización universal, «cosmopolita», el hombre puede ser universal y no un mero primate más o menos evolucionado, o, como decían los antropólogos clásicos (Morgan, Tylor, Lubbock), un salvaje o un bárbaro.

La idea clásica de «Civilización» (un término que deriva de civitas) implicaba, en efecto, la civilización universal, la homologación de todas las culturas en los estados superiores de su desarrollo (hoy día parece haber también un consenso universal –lo que no significa que él esté en la verdad– al menos sobre la estructura política que corresponde a ese estadio superior de las culturas, y que por tanto puede considerarse como un consenso acerca de la estructura política que habría de tener la civilización universal: la forma de la democracia parlamentaria; porque una sociedad que no estuviese organizada democráticamente, será vista hoy como subdesarrollada, por respecto de los estadios considerados superiores de la civilización).

La civilización se entendió por los clásicos, en efecto, como el océano común en el que desembocan las diferentes culturas (círculos o esferas culturales) que hayan evolucionado atravesando sus fases de salvajismo y de barbarie. Se suponía que al llegar a la civilización, y precisamente a través de la civitas (de la polis, que implica el Estado, la escritura, &c.), todos los hombres podrían considerarse homologados en una civilización cosmopolita. Sabemos que este ideal estoico de una civilización común, universal, cosmopolita, inspiró la política de la Roma republicana y sobre todo de la Roma imperial augústea (tu, Romane, memento...), y sobre todo al Imperio Romano identificado con el Cristianismo a partir de Constantino. Pero lo cierto es que la civilización cosmopolita, dotada de unicidad, era antes una Idea, o un ortograma, que una realidad efectiva; incluso muchos dirían que era una «idea ecuménica» cuya función no sería otra sino la de servir de disfraz al imperialismo.

Pero, en cualquier caso, es evidente que cuando nos situamos en la perspectiva de la civilización universal, dotada de unicidad, el proyecto de una Alianza de Civilizaciones cae por su base, por la sencilla razón de que no tiene sentido hablar de Alianza de Civilizaciones, en plural, cuando se entiende la Civilización como única, como dotada de unicidad, como aquella Civilización que es la verdadera «casa común» de todos los hombres. Dicho de otro modo, supuesta la Civilización universal, la Alianza de las Civilizaciones es un mero sinsentido.

Pero –dirá el «pensador Alicia» que acaba de enterarse de que la Idea de Civilización (no ya su realidad empírica) implica la unicidad y de que hubo un dramaturgo alemán que escribió Nathan el Sabio–, ¿por qué habría que dar por supuesto que la civilización universal y única ya existe? Precisamente porque partimos de los conflictos entre los hombres –dirá– es por lo que buscamos una Alianza de Civilizaciones.

Y aquí es en donde otra vez podemos ver en acción al Pensamiento Alicia. ¿No han advertido los pensadores de la Alianza de las Civilizaciones que cuando civilización se utiliza en plural (civilizaciones) entonces la idea alcanza un significado enteramente diferente, sobre todo desde el punto de vista práctico, que cuando se utiliza en singular? ¿No se han dado cuenta estos «pensadores Alicia» de que se trata de otra idea?

A saber, la idea de las civilizaciones particulares, no cosmopolitas (como puedan serlo, por ejemplo, la «civilización occidental», la «civilización europea», la «civilización cretense» o la «civilización maya»). Ahora, «civilizaciones» equivale a «culturas» (en el sentido de los círculos o esferas culturales dotadas del equipo de señas de identidad más conveniente).

Ahora habrá que dejar de lado conceptos tales como el del «hombre adulto y civilizado», que durante décadas fue utilizado por antropólogos y psicólogos, en la época en la que se razonaba desde la idea de una civilización universal (en esta línea los historiadores escribían obras como la que escribió Don Emilio Castelar, titulada La civilización en los cinco primeros siglos del cristianismo). Al reconocer civilizaciones o culturas múltiples, y todas en pie de igualdad («todas las culturas o civilizaciones son iguales en dignidad» y «salvaje es el que llama a otro salvaje») el concepto de «hombre adulto y civilizado» pierde su significado, si no se especifica la civilización o la cultura con respecto a la cual es adulto y civilizado (por ejemplo, el «hombre adulto y civilizado» en la civilización árabe, de la que se ocupaba el libro de Levy Provenzal, La civilización árabe en España). Y ocurre que acaso el «adulto civilizado» de la Civilización Árabe resulta ser muy semejante al adolescente analfabeto de la Civilización Occidental.

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Ahora bien, en el momento en que nos situamos en la hipótesis de una multiplicidad de civilizaciones –es decir, en el momento en el que estamos negando la existencia de una civilización universal– el proyecto de una Alianza de Civilizaciones se hace todavía más nebuloso.

La Alianza de Civilizaciones era un proyecto superfluo, o en todo caso malformado, en la hipótesis de la civilización única; en cualquier caso, un proyecto mal formulado, pues no se trataba de conseguir la alianza de civilizaciones distintas, que no existían por hipótesis, sino, a lo sumo, la alianza entre individuos, empresas o Estados nacionales, actuantes desde dentro de una misma civilización. Y si estas alianzas, personales, económicas, religiosas o políticas, eran posibles, se debía precisamente a que todas ellas se habían formado y vivían dentro de esa civilización común dotada de unicidad.

Pero la «Alianza de Civilizaciones» es un pensamiento disparatado (un «pensamento Alicia») si las civilizaciones se suponen múltiples. Porque las civilizaciones de esta multiplicidad, al menos muchas de ellas, aunque no sean de hecho cosmopolitas, estarán sometidas al ortograma de la idea de civilización única, cosmopolita. Y tenderán a ser únicas precisamente si las concebimos como civilizaciones. Esto se debe a que la idea de una civilización universal o cosmopolita no se agota en su condición de idea especulativa, sin existencia real. Es una Idea fuerza que actúa como un ortograma en el seno mismo de algunas culturas particulares, precisamente de aquellas que llamamos civilizaciones.

Una cultura particular, en efecto, alcanza el título de civilización precisamente cuando pretende desbordar sus estrictos límites domésticos espacio temporales y pretende erigirse en canon universal de todos los demás hombres; cuando pretende haber alcanzado una norma o canon de lo humano cuyo valor sea estimado como condición necesaria para que los hombres empíricos lleguen a ser plenamente hombres (lo cual no implica intolerancia alguna, en principio, ante los hombres que no se ajusten a este canon). Es en este sentido como la «ciudadanía romana» fue considerada en la época de Caracalla, como un valor universal, y por ello podemos afirmar que el Imperio Romano fue una civilización, y no sólo un «círculo cultural mediterráneo». El Cristianismo imperial romano también fue presentado como la plenitud de los tiempos del hombre. «Ser hombre», en su sentido más pleno, requería, desde luego, ser cristiano. El cristianismo, en cuanto componente de las sociedades políticas europeas de la Edad Media, podrá también ser llamado una Civilización. Y otro tanto se diga del Islamismo, en cuanto civilización musulmana. En nuestros días, después de la caída de la Unión Soviética, constatamos, como de consenso casi universal, según hemos dicho, la consideración de las democracias parlamentarias como característica necesaria de la «civilización».

Con estos ejemplos queremos subrayar cómo la idea de una civilización universal es algo más que una idea de los clásicos de la Antropología, y está de hecho actuante y presente, de diferentes maneras en muy diversas situaciones de nuestra historia.

Desde la perspectiva del pluralismo de las civilizaciones, así entendido, la Alianza de Civilizaciones es un proyecto vano y sin sentido. Y esto tanto por razones materiales (relativas a las entidades que se pretende enlazar mediante la alianza), como por razones formales, relativas a los procedimientos prácticos para establecer la Alianza.

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Las circunstancias materiales que privan de sentido objetivo al proyecto de una Alianza de Civilizaciones tienen que ver con la incompatibilidad de las mismas civilizaciones que han sido homologadas precisamente por su disposición («vocación», «tendencia», «necesidad», «ortograma») cosmopolita. Todas las civilizaciones son iguales. Todas, o muchas de ellas, están de acuerdo en su horizonte cosmopolita. Pero este acuerdo es precisamente el que determina su incompatibilidad, y deja en el aire su supuesta voluntad de alianza: «mi primo y yo, dice Francisco I a Carlos V, estamos siempre de acuerdo: ambos queremos Milán».

La alianza entre civilizaciones, en sentido estricto, es imposible, salvo que se esté dispuesto a destruir alguno de los aliados o todos. ¿Cómo hacer compatible la poligamia con la monogamia sin destruir uno u otro sistema, o ambos? Otro tanto se diga cuando nos referimos a la convivencia de los matrimonios heterosexuales y los homosexuales: la institución de la familia puede darse por desaparecida a partir de un determinado porcentaje de matrimonios homosexuales. ¿Y el derecho de propiedad? ¿Cabe una alianza entre civilizaciones que contienen entre sus instituciones la propiedad privada de los medios de producción y aquellas otras que consideran necesario destruir esta institución en nombre del comunismo? ¿Tiene algún porvenir, como modelo de civilización universal, el proyecto de Den Xiaoping de hacer de China un país con dos sistemas?

¿Y cómo entender una alianza entre civilizaciones, una de las cuales esté organizada según el modelo de las democracias parlamentarias, y otra según el modelo de la dictadura del proletariado? Tampoco tiene sentido una alianza entre una civilización cristiana (cuyo consustancial proselitismo le obligará, por amor a los demás hombres, a extender su doctrina y sus sacramentos) y una civilización islámica (cuyo consustancial proselitismo le obligará a extender la valoración del dogma de la divinidad de Cristo como una blasfemia). Solo cuando ambas civilizaciones hubieran perdido la fe proselitista salvadora de sus dogmas y sacramentos, es decir, cuando hubieran dejado de ser cristiana o musulmana, la Alianza sería posible; pero ya no sería una alianza entre tales civilizaciones, sino entre sus cadáveres.

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Pero las circunstancias formales que vacían de todo significado al proyecto de una Alianza de Civilizaciones tienen si cabe más fuerza que las circunstancias materiales. Una alianza entre civilizaciones presupone la posibilidad de representantes personales o comisarios de tales civilizaciones que sean capaces de pactar. Pero, ¿quién puede asumir con títulos fundados la representación de una «civilización» en el momento de tratar de establecer una alianza con otras?

¿Acaso la alianza entre la «civilización católica» y la «civilización musulmana» puede llevarse a cabo a través de la negociación entre el Papa de Roma y el Imán de Bagdad? ¿O es que se supone que las civilizaciones, entidades impersonales, pueden sin embargo establecer alianzas entre sí?

Tiene algún sentido, aunque sea metafórico, suponer con Huntington que las civilizaciones pueden chocar, pueden entrar en conflicto, a la manera como pueden chocar dos galaxias. Pero no tiene ningún sentido, salvo en el Pensamiento Alicia, suponer que las galaxias pueden aliarse mediante una negociación. Si la idea de una Alianza de Civilizaciones surgió, como parece, ya fuera en la sede de la ONU, ya fuera paseando por los jardines de la Moncloa, como contrafigura de la idea del conflicto de civilizaciones, habrá que decir que esta idea de la «Alianza de las civilizaciones» es una mera ecolalia vacía, un simple plagio –«decir todo lo contrario de lo que ha dicho un autor es una forma de plagiarle»–; pero además un plagio de la peor estofa, porque se mantiene en un puro nivel sintáctico, cuasi infantil, sin el menor apoyo semántico.

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Sin embargo, ni siquiera la idea de un conflicto de civilizaciones o de culturas tiene sentido riguroso, por la sencilla razón de que ese conflicto supone que las civilizaciones o las culturas son «entidades sustantivas», capaces de entrar en conflicto en cuanto tales, esferas u organismos (así las concibió Spengler y otros muchos antropólogos) susceptibles de mantener unas señas de identidad sustancial y esencial propias. Pero este presupuesto es gratuito.

Las civilizaciones o las culturas no son esferas, ni organismos con entidad sustantiva alguna. Las civilizaciones o las culturas son unidades o círculos morfodinámicos constituidos por una concatenación causal y estructural de múltiples partes que denominamos, no ya memes o rasgos culturales, sino instituciones. Una civilización o una cultura puede redefinirse como un sistema de instituciones, un sistema algunas veces aislado de otros sistemas, nunca cerrado en sí mismo, incluso si la concatenación causal de las instituciones alcanza una forma de equilibrio y homeóstasis de causalidad circular realimentada. Según esto no cabría hablar jamás de conflicto o choque de civilizaciones, y menos aún de alianza de civilizaciones; pero sí de conflictos o de alianzas entre instituciones (entre algunas instituciones) integrantes de diferentes círculos culturales o civilizaciones. La institución de la rueda o del carro pasa de las culturas europeas a las amerindias; aquí cabe hablar, por metáfora, de una «aleación», no de una alianza, entre la institución de la rueda o del carro y los caminos que los incas o los aztecas habían trazado previamente. Así también la institución del carro de transporte dejó sin función a la institución de los grupos de porteadores incas o aztecas. Pero nada de esto da pie para hablar de choque o de alianza de civilizaciones.

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El proyecto de una «Alianza de Civilizaciones» sería un intento de replantear las relaciones entre las instituciones de diferentes culturas o civilizaciones siguiendo las pautas de un tipo de pensamiento que designamos como Pensamiento Alicia.

Se habla, en efecto, de civilizaciones, pero no se las delimita ni se las identifica, ni se da prueba de su existencia. Y cuando se busque precisar de qué se está hablando (como suponemos que lo buscarán los que acudan a la conferencia del GAN en Mallorca, a finales de este mes de noviembre) podremos enterarnos de qué se habla en efecto.

Pero podemos saber de antemano que no se va a hablar de una Alianza de las Civilizaciones, sino por ejemplo de algunos convenios de intercambio de maestros, de algún seminario de confrontación entre técnicas agrícolas o industriales, de ayudas económicas o de condonación de deudas exteriores, de convivencias de clérigos de diferentes confesiones, es decir, de operativos para poner en juego, a través de los Estados que se presten a ello, o de las ONGs, que se prestarán inmediatamente sin duda, a la confrontación de instituciones diversas, como se ha hecho siempre entre los pueblos, los Estados e Iglesias, siguiendo unas leyes económicas que muy poco tienen que ver con la Alianza de las Civilizaciones. Esta Alianza es sólo una denominación grandilocuente y retórica que solo puede dar lugar, dada la enormidad de su punto de partida, al parto de los montes.

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Pero hay algo más. No se trata sólo de un proyecto inocuo y de buena fe, de un libre ejercicio de «Pensamiento Alicia». Lo que en el terreno literario puede dar lugar a resultados agradables e inofensivos, el Pensamiento Alicia aplicado a asuntos de política y economía reales puede ser sumamente peligroso y ofensivo.

En efecto, el Pensamiento Alicia en asuntos como aquellos de los que se ocupa el pensamiento Zapatero, desvía, por de pronto, la atención de los problemas reales, como puedan serlo los conflictos entre grupos o clases sociales, o entre ricos y pobres; desdibuja la realidad y transfiere sus problemas a una escala –civilizaciones– inasible por cualquier hombre práctico; encubre, bajo las fantasiosas ideas de las «civilizaciones», los problemas reales e impide centrarlos en sus quicios propios. Lo que el Pensamiento Alicia puede tener de interesante en el terreno literario lo tiene de vergonzoso cuando se aplica a la política y a la cultura como lo hace el Pensamiento Zapatero.

¿Queremos decir con esto que el Pensamiento Zapatero, el Pensamiento de la Alianza de las Civilizaciones no tenga porvenir?

En modo alguno, al contrario, en cuanto pensamiento. Precisamente su condición de Pensamiento Alicia puede abrirle la puerta de millones y millones de individuos con las entendederas sintonizadas para recibir este pensamiento (Cómo ganar amigos de Carnegie, una obra desarrollada según los métodos del Pensamiento Alicia, lleva ya vendidos varios millones de ejemplares).

Pero por mucho que progrese el Pensamiento Zapatero sobre la Alianza de las Civilizaciones, por muchas sesiones del GAN, por muchas ONGs, reuniones, congresos, seminarios, libros y televisiones que se dediquen a desarrollarlo y cultivarlo, lo que no habrá avanzado ni un solo milímetro es la misma «Alianza de civilizaciones». ¿Cómo podría avanzarse hacia una alianza entre entidades imaginarias cuyos límites sólo pueden ser dibujados en el País de las Maravillas?

 


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